Leer es un vicio solitario que se puede compartir.

Tengo otros pero suenan menos adecuados.

El principito, de Antoine de Saint-Exupéry

Por debajo de las marcas que dejaron las gestas de los héroes de la Tierra Media, hay otras algo más tenues y menos enrevesadas aunque igualmente indelebles. Ni siquiera segundas o terceras lecturas, en momentos más maduros, han conseguido erosionarlas.


‘El principito’ es una fábula simplista e ingenua con una obvia moralina. Con todo, es poético. Y cuando me encontré con él me deslumbró.
Aun a años luz de su lectura, puedo ver al pequeño príncipe en su planeta minúsculo, con el pelo revuelto y la bufanda al cuello, los ojos inquisitivos, solo. Y al zorro, que fue mi personaje favorito. Y, a veces, en medio de una situación que me supera, recuerdo el absurdo perfil de la serpiente que ha devorado un elefante.
En medio de toda su inocencia, resulta conmovedor.
Saint-Exupéry consiguió con su cuento transmitir tanto como con sus obras “mayores”, quizá por ser más directo. ‘Vuelo nocturno’ no me llenó y ‘Ciudadela’ me indigestó, pero ‘El principito’ me emocionó de niña y, hoy en día, el regusto aún es bueno. Quizá sea el encanto de la sencillez.

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