Por debajo de las marcas que
dejaron las gestas de los héroes de la Tierra Media, hay otras algo más tenues
y menos enrevesadas aunque igualmente indelebles. Ni siquiera segundas o
terceras lecturas, en momentos más maduros, han conseguido erosionarlas.
‘El principito’ es una fábula
simplista e ingenua con una obvia moralina. Con todo, es poético. Y cuando me
encontré con él me deslumbró.
Aun a años luz de su lectura,
puedo ver al pequeño príncipe en su planeta minúsculo, con el pelo revuelto y
la bufanda al cuello, los ojos inquisitivos, solo. Y al zorro, que fue mi
personaje favorito. Y, a veces, en medio de una situación que me supera,
recuerdo el absurdo perfil de la serpiente que ha devorado un elefante.
En medio de toda su inocencia,
resulta conmovedor.
Saint-Exupéry consiguió con su
cuento transmitir tanto como con sus obras “mayores”, quizá por ser más
directo. ‘Vuelo nocturno’ no me llenó y ‘Ciudadela’ me indigestó, pero ‘El
principito’ me emocionó de niña y, hoy en día, el regusto aún es bueno. Quizá sea
el encanto de la sencillez.
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